jueves, 10 de septiembre de 2009

Gatitos

Hace unos días vi por televisión el reportaje de un perro que su dueño tuvo encerrado en casa no sé cuanto años. Tenía una manta de porquería en su pelo impresionante, heridas y me supongo que bichos, ¡claro!
Esto me hizo recordar una experiencia que viví de niña, mi calle por la parte de arriba da a la calle Ecuador, pero de aquella no existía, eran solares y la finca del Convento de la Enseñanza. Para ir al Castro íbamos por ahí, subíamos una escalera y ya salíamos al Castro. En esa temporada mi madre iba a caminar una hora y claro como estábamos de vacaciones me hacía ir con ella, a mi no me hacía falta adelgazar (pues era una flaca figura) pero bueno, quien manda, manda.
Un día al bajar vimos unos niños entre 8 y 10 años, en un solar tirando piedras a un muro. En ese momento dice uno: tirarle a aquel del medio que aún mueve una pata, mi madre se dio la vuelta y ve que las piedras se las tiraban a cuatro gatitos que tenían arrinconados al muro, al ver que mi madre iba hacia ellos insultándoles se escaparon corriendo (para que veamos que también antes se hacían gamberradas). Uno se movía y fue a cogerlo, cuál no sería su sorpresa cuando vio que estaban pegados con cola al muro, me fui corriendo a buscar a una mercería que había cerca unas tijeras, la señora cuando los vio no daba crédito a sus ojos, entre las dos (yo no me atreví ni a tocarlos) le fueron cortando el pelo que estaba pegado con la cola, y mi madre lo envolvió en su chaqueta, la señora nos dijo que luego iba su marido y hacía un hoyo y los enterraba, así que lo llevamos para casa.
Mi madre lo limpió y desinfectó las heridas, le terminó de cortar todo el pelo que aún tenía cola, le mojó el morrito con agua, que chupaba con avidez, pero lo tenía hinchado y le costaba trabajo beber, luego lo acostó envuelto en una mantita y se quedó dormido.
En casa teníamos un perro y un gato. El gato era muy viejo, pues había sido de una señora de la calle que murió y mi madre se quedó con él. La perra (un pastor alemán) se la regaló un amigo de mi padre de la última camada que tuvo la suya, así que como verán estábamos servidos. Cuando llegamos con el gatito vinieron a olerlo con curiosidad, el gato viejo le bufó, ya vimos que no le gustó nada, la perra sin embargo no hacía más que acercarse a verlo y a olerlo. Lo peor fue para darle un poco de leche, fui a comprarle una tetina, mi madre la puso en una botella con un poco de leche, pero como tenía el hocico lastimado le dolía al succionar, entonces se la fue dando a cucharaditas y así fue poco a poco tomándola, un día (aun estaba mal) vemos que se levantó de la manta y estaba acostado entre las patas de la perra, desde ese día siempre se acostaba con ella, hecha un ovillo. De vez en cuando Dolí (la perra) le daba unas lambetadas y él ronroneaba feliz. Cada vez que el gato grande le bufaba ya estaba Dolí detrás, ladrándole. Parece mentira que algunos humanos seamos tan malvados y tenga que un animal darnos lecciones de confraternidad.
El gato negro murió pronto, era muy bonito y tenía un pelo precioso, lo sentimos mucho, el pequeñito se curó y siguió siempre muy amigo de Dolí. A él le pusimos Micifuz.

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