jueves, 10 de septiembre de 2009

Pareja de conejos

Siguiendo con mis recuerdos de niña (espero no cansarlos), para mí en particular el escribirlos es como volver a vivirlos y hace que me sienta otra vez en aquellos años en que la vida no me había enseñado su lado amargo y todo era felicidad y cualquier cosa que ocurría a mi alrededor me despertaba curiosidad y también ilusión
En la parte de delante de mi casa (un primer piso) había un gran balcón que ocupaba toda la fachada y en la parte de atrás una terraza grande donde estaba el pilón, de ahí bajaban unas escaleras a un terreno grande, la mitad sembrado de hierba para poner la ropa a clareo y desde arriba con una manguera se mojaba, en la otra mitad teníamos gallinas, imagínense ustedes tener huevos en plena ciudad, huevos frescos todos los días.
En una ocasión un amigo nos regaló una pareja de conejos, ¡la que se armó! Al poco tiempo teníamos conejos para comer y regalar. Cuando la coneja quedó preñada, vemos con asombro como ella y el macho se dedicaron a hacer una madriguera, sacaron cantidad de tierra, luego se arrancaban pelo y lo iban metiendo para hacer el nido. Yo como no viera nunca semejante cosa, me pasaba el día viéndolos desde la terraza. Cuando la coneja parió nos tumbábamos para ver el primer conejito que saliera, luego contarlos para saber cuántos eran, pero como no salían juntos tardábamos en saberlo pues si salía uno blanco se volvía a meter y salía otro blanco, pues podía ser el mismo, hasta que estaban todos fuera, imposible. Una de estas veces, mi madre que estaba viéndolos, ve, con asombro que sale de la madriguera una rata grande, fue a la comida de las gallinas y se volvió a meter, nos daba un asco pensar que estaba allí con los conejitos y la coneja nada, como si tal cosa! Lo consultamos y nos dijeron que seguramente se metió antes de parir la coneja y que por eso la admitía, no podíamos ponerle ratonera por los conejitos, claro. Así que salieron todos los conejitos mi madre relleno y tapó bien todo y no volvimos a saber nada más de ella
Entonces entra en acción mi padre: hay que hacer una casa en condiciones para los conejos y se la encarga a un primo que era un buen ebanista, con mucho gusto. Aquello fue una pasada, parecía un chalet, para que no estuviera en contacto con el suelo (por la humedad) le hizo una patas y para subir unas grandes escaleras, las puertas de corredera con una tela metálica muy fina y saliendo a los lados los nidos anchos y confortables, el tejado doble, pintado en rojo con una pintura impermeable por lo tanto era toda blanca y roja y arriba una veleta, luego llegó el asunto del nombre, así pues se escogieron varios y se repartieron las papeletas entre los vecinos para que votaran y salió elegido QUE CHOVA, mi primo lo pintó en la fachada (en rojo).
A todo esto una coneja quedó preñada, mi madre le llenó los nidos de algodón le ponía hojitas de lechuga para que fuera allí y no hubo manera, hicieron la madriguera y allí parió y hasta que nos deshicimos de ellos ninguna quiso parir en el chalet.

Gatitos

Hace unos días vi por televisión el reportaje de un perro que su dueño tuvo encerrado en casa no sé cuanto años. Tenía una manta de porquería en su pelo impresionante, heridas y me supongo que bichos, ¡claro!
Esto me hizo recordar una experiencia que viví de niña, mi calle por la parte de arriba da a la calle Ecuador, pero de aquella no existía, eran solares y la finca del Convento de la Enseñanza. Para ir al Castro íbamos por ahí, subíamos una escalera y ya salíamos al Castro. En esa temporada mi madre iba a caminar una hora y claro como estábamos de vacaciones me hacía ir con ella, a mi no me hacía falta adelgazar (pues era una flaca figura) pero bueno, quien manda, manda.
Un día al bajar vimos unos niños entre 8 y 10 años, en un solar tirando piedras a un muro. En ese momento dice uno: tirarle a aquel del medio que aún mueve una pata, mi madre se dio la vuelta y ve que las piedras se las tiraban a cuatro gatitos que tenían arrinconados al muro, al ver que mi madre iba hacia ellos insultándoles se escaparon corriendo (para que veamos que también antes se hacían gamberradas). Uno se movía y fue a cogerlo, cuál no sería su sorpresa cuando vio que estaban pegados con cola al muro, me fui corriendo a buscar a una mercería que había cerca unas tijeras, la señora cuando los vio no daba crédito a sus ojos, entre las dos (yo no me atreví ni a tocarlos) le fueron cortando el pelo que estaba pegado con la cola, y mi madre lo envolvió en su chaqueta, la señora nos dijo que luego iba su marido y hacía un hoyo y los enterraba, así que lo llevamos para casa.
Mi madre lo limpió y desinfectó las heridas, le terminó de cortar todo el pelo que aún tenía cola, le mojó el morrito con agua, que chupaba con avidez, pero lo tenía hinchado y le costaba trabajo beber, luego lo acostó envuelto en una mantita y se quedó dormido.
En casa teníamos un perro y un gato. El gato era muy viejo, pues había sido de una señora de la calle que murió y mi madre se quedó con él. La perra (un pastor alemán) se la regaló un amigo de mi padre de la última camada que tuvo la suya, así que como verán estábamos servidos. Cuando llegamos con el gatito vinieron a olerlo con curiosidad, el gato viejo le bufó, ya vimos que no le gustó nada, la perra sin embargo no hacía más que acercarse a verlo y a olerlo. Lo peor fue para darle un poco de leche, fui a comprarle una tetina, mi madre la puso en una botella con un poco de leche, pero como tenía el hocico lastimado le dolía al succionar, entonces se la fue dando a cucharaditas y así fue poco a poco tomándola, un día (aun estaba mal) vemos que se levantó de la manta y estaba acostado entre las patas de la perra, desde ese día siempre se acostaba con ella, hecha un ovillo. De vez en cuando Dolí (la perra) le daba unas lambetadas y él ronroneaba feliz. Cada vez que el gato grande le bufaba ya estaba Dolí detrás, ladrándole. Parece mentira que algunos humanos seamos tan malvados y tenga que un animal darnos lecciones de confraternidad.
El gato negro murió pronto, era muy bonito y tenía un pelo precioso, lo sentimos mucho, el pequeñito se curó y siguió siempre muy amigo de Dolí. A él le pusimos Micifuz.