viernes, 7 de agosto de 2009

La mantilla

Era costumbre, años atrás, visitar los monumentos el día de Jueves Santo. Consistía en hacer un recorrido por siete iglesias y rezar ante el Santísimo un Padre Nuestro.
Existía una rivalidad entre las parroquias, por ver quién la adornaba mejor.
En todas era un alarde flores.
¡Con qué orgullo aquella niña paseaba de la mano de su madre! iba ataviada con la clásica mantilla española, como era costumbre en las mujeres con cierta clase social.
Su ilusión era llegar a lucirla algún día.
Al cabo de unos años, su madre dejó de usarla, dando la disculpa que no tenía traje adecuado o que los zapatos estaban viejos y no había posibles para comprar otros.
Aquella mantilla con su peineta, que se guardaba en una caja, se convirtió en una especie de obsesión, pues no daba llegado la edad necesaria para poder usarla. Cuando iba ala armario, destapaba la caja y acariciaba con ternura aquella blonda y aquella peineta de nácar con dibujos de filigrana.
Un día comprobó, con tristeza que había desaparecido y le pregunto que pasara con ella.
Y como en aquel entonces las madres no daban explicaciones le dijo que era muy niña para entenderlo.Pero la niña sí sabía que necesitaba venderla y se quedó con la amargura porque ya nunca podría lucirla.

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